1574: El primer baile de máscaras del Carnaval canario

Tras la Máscara desanda la historia hasta el año 1574, cuando el Carnaval en Canarias dejó su primera huella escrita. Aquel baile de máscaras, celebrado en la casa del canónigo Pedro León, en el Real de Las Palmas, marcó el inicio documentado de la fiesta más emblemática del Archipiélago.

El Carnaval en Canarias tiene su primera referencia documentada en 1574. Aquel baile de máscaras celebrado en la casa del canónigo Pedro León, en el Real de Las Palmas, marcó el nacimiento de una tradición que, cinco siglos después, sigue latiendo como símbolo de identidad, resistencia y alegría en el Archipiélago.

Un baile que cambió la historia

En pleno siglo XVI, cuando la solemnidad y el control eclesiástico dominaban la vida pública, Las Palmas de Gran Canaria fue escenario de un acontecimiento inesperado: un baile de máscaras y disfraces en la residencia del canónigo Pedro León, con motivo del matrimonio de Matías Cairasco.

Aquel festejo privado, que pretendía ser una reunión elegante entre familias influyentes, terminó por convertirse en el primer registro histórico del Carnaval en Canarias.

Las crónicas de la época cuentan que la fiesta se desbordó. La música, los disfraces y el bullicio despertaron quejas vecinales y la intervención de las autoridades. El Santo Oficio —símbolo del control moral y religioso— dejó constancia de aquel suceso en un documento conocido como el “prólogo inquisitorial de 1574”, considerado hoy el punto de partida oficial de la historia del Carnaval en el Archipiélago.

Máscaras, poder y libertad

Aquel baile no fue solo una celebración; fue una transgresión. En un tiempo en que la risa podía ser vista como irreverencia y el disfraz como desafío, las máscaras representaban un acto de libertad. Detrás de ellas, los participantes podían decir lo que callaban, reír de lo prohibido y criticar lo sagrado.

Ese espíritu de rebeldía festiva es, quizás, la herencia más antigua del Carnaval canario: la posibilidad de ser otro sin dejar de ser uno mismo.

La mezcla cultural de las islas, abiertas a las influencias europeas y americanas, facilitó que las costumbres de los bailes de máscaras italianos y genoveses encontraran eco en Canarias. La élite los adoptó primero, pero pronto el pueblo los hizo suyos, dotándolos de música, ingenio y color.

Del salón a la calle

Con el paso del tiempo, la fiesta dejó los salones privados y se trasladó a las calles. El pueblo convirtió aquel ritual de élites en una celebración colectiva, donde la sátira, la crítica social y el humor se hicieron protagonistas.

Durante la dictadura franquista, el Carnaval fue prohibido y disfrazado bajo el nombre de “Fiestas de Invierno”, pero el ingenio popular mantuvo viva la tradición hasta su renacimiento pleno en la democracia.

Hoy, los Carnavales de Las Palmas de Gran Canaria y de Santa Cruz de Tenerife son reconocidos internacionalmente por su creatividad y espectacularidad. A ellos se suman las expresiones locales de cada isla: Los Indianos de La Palma, Las mascaradas rurales de Tenerife, Los Carneros de El Hierro o Los Diabletes de Teguise, en Lanzarote.

Cada rincón del Archipiélago late con su propio ritmo, pero todos comparten el mismo pulso: la libertad de ser y celebrar.

Cinco siglos de un mismo latido

Volver la mirada a 1574 no es un ejercicio de nostalgia, sino de reconocimiento histórico. Aquel baile en la casa del canónigo Pedro León no fue una simple reunión, sino la semilla de una manifestación cultural que ha sobrevivido a censuras, crisis y transformaciones.

Hoy, cada comparsa, cada murga y cada disfraz llevan, sin saberlo, el eco de aquel primer tambor lejano que sonó hace casi quinientos años en el corazón de Las Palmas.

En Tras la Máscara seguiremos descubriendo los rostros ocultos, los documentos olvidados y las historias que explican cómo el Carnaval se convirtió en patrimonio vivo del pueblo canario.

Porque detrás de cada máscara hay una historia. Y detrás de esa historia, la identidad de todo un pueblo.